El rinoceronte blanco se nos resistió bastante más, aunque el negro sí que se nos mostró en numerosas ocasiones, y no fue hasta nuestro recorrido por el cráter del Ngorongoro que localizamos una hembra con su cría.

El leopardo ya fue otra historia y, a pesar de los múltiples safaris que hicimos a lo largo de los 15 días no conseguimos localizarlo. Una vez, y echándole mucha imaginación, el guía nos señaló en el Tarangire una roca y por detrás se veía como un pequeño montículo que decía que era la cabeza de un leopardo (el guía diría lo que quisiera, pero estoy convencido de que eso eran dos piedras mal puestas y nos la intentó colar con queso). Aún así, la ausencia de leopardos no fue por falta de empeño por nuestros guías, ya que en alguna ocasión tuvimos que bajarnos del todoterreno para que pudieran dar la vuelta, porque se metía en unos jardines por la maleza de cuidado. Simplemente es muy difícil de ver (el editor desea añadir que tanto el Fotógrafo como Pepe son unos pringados sin suerte, y recalca lo lamentable que es viajar a África a ver leopardos y no encontrarlos.

El viaje estaba bastante organizado, y las salidas se hacían después de desayunar y justo antes de cenar, por lo que los animales nocturnos eran muy difíciles de encontrar.

Así que nos volvimos con la satisfacción del viaje, el haber visto a cuatro de los cinco grandes, y a un montón más de animales impresionantes: todos los herbívoros (cebras, gacelas de Thompson y de Grant, impalas, rinoceronte blanco, ñus, etc.), ramoneadores (gerenuk, jirafas), cocodrilos, hipopótamos, chacales, hienas, tortugas, águilas (marcial, de Verraux, pescadora), buitres y muchos más. Aunque si te gustan las aves, es complicado convencer a un grupo para que se pare cuando ves un pájaro pequeño, pero en alguna ocasión lo conseguí.

Para poder ver al leopardo tuve que esperar hasta el año 2008 cuando varios amigos y yo organizamos el que sería mi segundo viaje al África Subsahariana: Sudáfrica.