Al día siguiente salimos hacia Abisko. La carretera, como casi siempre, va paralela a un lago inmenso (y cuando se acaba empieza otro) en el que la nieve, el hielo, las nubes, el sol, los árboles y las montañas crean unos paisajes impresionantes, sobre todo para los que vivimos en zonas más cálidas donde una tormentita de nada como Filomena, nos bloquea totalmente.
En el camino también pudimos ver, esta vez de verdad, un alce hembra con su cría que nos observaban tranquilamente desde la distancia, aunque la cría se retiró prudentemente entre los árboles.
Abisko está considerada como la capital de las auroras suecas, por las condiciones atmosféricas se suelen ver muy bien (en esta ocasión la nubosidad no era la habitual y no se veían allí y sí en otras zonas donde normalmente se ven peor), hay un centro de interpretación en la cima de una montaña a la que se sube en teleférico y un observatorio.
Verdaderamente impresionante el artículo. Bravo por el escritor!